El ciclo litúrgico termina con la fiesta de Cristo Rey que evoca el final de la historia humana, cuando todo será glorificado en el Rey Señor de la historia, y cuando el último enemigo a vencer: la muerte, sea sometida y ahí toda la creación encontrará su plenitud máxima en Aquel que hizo nuevas todas las cosas. De ahí, que más que una fiesta litúrgica esta es una profesión de fe en acto, un canto de esperanza, una invitación a iluminar la vida a la luz de Aquel que nos amó y nos amó hasta dar su vida por nosotros. Por eso, aquí, celebramos la consumación del proyecto de Dios en su realización plena, total y universal, el destino en el cual estamos implicados y hacia dónde vamos todos.